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PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La cumbre de Tony Kushner

'Angels in America', la obra mayor de Kushner, triunfa en su regreso al National londinense a los 25 años de su estreno

Marcos Ordóñez
Denise Gough y Andrew Garfield en una escena de 'Angels in America', de Tony Kushner. 
Denise Gough y Andrew Garfield en una escena de 'Angels in America', de Tony Kushner. helen maybankse

El esperadísimo revival de Angels in America, de Tony Kushner, que no se veía en Londres desde hace 25 años, está llenando noche tras noche el Lyttelton (National Theatre). La obra se ofrece en su versión íntegra, dividida en dos partes, Millenium Approaches y Perestroika, que se pueden ver juntas los sábados, en una maratoniana sesión de casi ocho horas. El exitazo se debe a la pasión teatral británica, a la potencia del texto y al reparto encabezado por Nathan Lane, un rey de Broadway, y Andrew Garfield, popular por The Amazing Spider-Man. Y al reclamo de Marianne Elliott, responsable de triunfos como War Horse, codirigida con Tom Morris, y The Curious Incident of the Dog in the Night-Time.

El estreno europeo, a cargo de Declan Donnellan, tuvo lugar en el Cottesloe, la sala pequeña del National, en 1992. George C. Wolfe la puso en escena en el Walter Kerr de Broadway, y obra y montaje se llevaron el Pulitzer y cuatro Tony. En Barcelona, la primera parte (El Mil.leni s’acosta) abrió las puertas del Nacional catalán en 1996: nuevo éxito, aunque a Flotats, su director, le costó el cargo.

Angels in America, subtitulada Fantasía gay sobre temas nacionales y ambientada en el Nueva York de 1985, fue la pieza más ambiciosa e imaginativa del teatro norteamericano de la época, y hoy es todo un clásico, un caleidoscopio audaz y libérrimo de humor y emoción, exuberancia verbal (a ratos recuerda a un Bernard Shaw contemporáneo), vida cotidiana y fugas oníricas, debates ideológicos y pasión arrasadora, en torno a los miedos y anhelos del cambio de milenio.

Sus temas centrales son la peste del sida y el ascenso del conservadurismo, con Reagan triunfante en su segundo mandato. La epidemia frenó su furor mortífero, pero no puede decirse que el segundo asunto no sea actual, con un singular vínculo: Roy Cohn, el villano elegido por ­Kushner, fue mano derecha (ultraderecha, más bien) del senador McCarthy en los cincuenta… y consejero en los setenta de un joven millonario llamado Donald Trump.

La pieza es un clásico, un caleidoscopio audaz y libérrimo de humor y emoción sobre los miedos y anhelos del cambio de milenio

Por duración y voltaje, la función es todo un reto para los espectadores, pero todavía más, lógicamente, para los intérpretes. Andrew Garfield es pura intensidad (y gracia), como Prior Walter, el joven enfermo de sida que se enfrenta con coraje a la muerte y es visitado por un ángel empeñado en convertirle en profeta de la esperanza. James McArdle es Louis Ironson, un izquierdista que deja a Prior por Joe Pitt (Russell Tovey), abogado republicano y mormón, quien a su vez abandona a su esposa, Harper (Denise Gough), empujada por el Valium a una Antártida mental, blanca como el vacío. Nathan Stewart-Jarrett dobla como Mr. Lies, el guía imaginado por Harper, pero sobre todo deslumbra en el rol de Belize, ex drag queen, protector de Prior e inesperado enfermero del hipercorrupto Roy Cohn, un malvado arrollador y complejo que parece concebido por Orson Welles y tiene las mejores frases de la obra: homosexual que se niega a asumir su condición porque “los gais son perdedores”, agonizará acosado (y acompañado) por el fantasma de Ethel Rosenberg, a la que envió con su marido a la silla eléctrica. Todos están fantásticos, pero Nathan Lane interpreta a Cohn como una dinamo de energía oscura, y es tan magnético que anhelas su siguiente escena. Otro gran trabajo es el de la veterana Susan Brown: borda el precioso personaje de Hannah, la madre de Joe, que viaja de Salt Lake City a Manhattan, y es también una irónica y compasiva Ethel Rosenberg. Ambas tienen sendas y extraordinarias escenas en el hospital: el diálogo entre Hannah y Prior sobre los ángeles, y la nana que Ethel le canta al moribundo Cohn.

No me convenció el perfil del ángel: Amanda Lawrence lo interpreta con furia y humor negro, pero parece una arpía diseñada por Tim Burton y movida por seis enmascarados que reptan como tarántulas.

Ian MacNeill resuelve la multitud de interiores de la primera parte (las habitaciones, el hospital, el despacho de Cohn, los lavabos del Tribunal, un bar nocturno) con unas cajas giratorias un tanto claustrofóbicas: la escenografía gana cuando se abre (la Antártida, las calles de Nueva York, Central Park) y ofrece un gran golpe teatral: la ascensión literal del apartamento de Roy Cohn.

Marianne Elliott ha resaltado las partes de comedia, en las que el público ríe a carcajadas, necesarias para compensar los momentos más dolorosos. El ritmo fluye sin desmayos, aunque tuve la impresión de que Perestroika, la segunda parte, contaba con grandes pasajes junto a unas cuantas reiteraciones (y algún que otro sermón), y no le vendría mal algo de tijera: me parece mejor la adaptación de seis horas que hizo el propio Kushner para la formidable miniserie de HBO. Pese a estos desniveles, lógicos en una obra tan dilatada, el revival de Angels in America es todo un acontecimiento. Corren rumores de que quizás se monte pronto la integral en España: ojalá sean ciertos.

‘Angels in America’, de Tony Kushner. Lyttelton (National Theatre), Londres. Director: Marianne Elliott. Intérpretes: Andrew Garfield, Nathan Lane, Susan Brown, James McArdle y otros. Hasta el 19 de agosto.

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