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Reportaje:LECTURA

Cuba también está en Miami

Florida ha sido la meta tradicional del exilio cubano, pero no todo ha sido furibundo anticastrismo. Juan-José Fernández explica en 'El laberinto cubano. Las dos orillas' (que publica el miércoles Espejo de Tinta) las distintas motivaciones y etapas del gran éxodo

Miami es un país en pequeño. Un universo en un Estado. Lugar de encuentro y de paso de medio mundo, tanto latino como menos latino. Otra California. Se volvió a demostrar en las primarias a las elecciones de Estados Unidos. Pero, sobre todo, es cubano. En ningún lugar como en la ciudad más poblada de la Florida se puede sentir el laberinto exterior. Es también otro lugar minado. Libre, pero con otro tipo de doble moral a la de la isla. Desde los más retrógrados hasta los que aún espían. Con distintos raseros, fechas de llegada y comportamientos. Al final, sólo es la conducta lo que pone a cada uno en su lugar. Pero después de tantos años de diáspora el laberinto es muy complejo.

Llegaron por barco los esbirros de Fulgencio Batista, el más corrupto de los gobernantes que ha tenido Cuba
"Los cambios de ahora son más de lo mismo. Aquello no se arregla con DVD y una noche de hotel", dice Marta
Tras la caída del bloque comunista y el cese de la ayuda soviética estalló en agosto de 1994 el Maleconazo
En el exilio son innumerables los "enemigos" de Castro que han ido pasando por las funerarias

El éxodo ha sido continuo, pero para empezar a entenderlo, incluso la fama de ultraderechista muy bien ganada, es muy importante separarlo por etapas. De los llegados en la primera tanda, grupo que muchas veces se olvida, fue la primera gran culpa de que a todos los exiliados de Miami se les calificara bien pronto como gusanos. Para salvar claramente sus cabezas políticas o militares llegaron incluso antes que los empresarios ricos (pero no corruptos), y los que se hicieron después tras empezar desde bien abajo, fregando platos. Muchos de ellos también reforzaron el apelativo los años siguientes, pero previamente aterrizaron en Florida o llegaron por barco los esbirros de Fulgencio Batista, calificado por muchos como el más corrupto de los gobernantes que ha tenido Cuba y caldo de cultivo perfecto para que triunfara la revolución.

El 1 de enero de 1959, en las últimas maletas de esa pandilla de ladrones, salieron más de 400 millones de dólares, según datos posteriores del Banco Nacional de Cuba. Ya habían sacado mucho más aprovechando la primera estancia en el poder de su jefe, entre 1940 y 1944. Coparon Daytona, la ciudad de las competiciones del motor, 350 kilómetros al norte de Miami. El propio Batista compró una casa a la familia automovilística Oldsmobile, pero nunca logró volver a ella. Ahora queda un museo con recuerdos de su rapiña que avergüenzan incluso a cubanos conservadores. (...)

Tras las primeras huidas de batistianos y de millonarios o ciudadanos que menos quisieron exponerse o soportar la revolución, la década de los sesenta tuvo también un gran punto de inflexión en las salidas de cubanos del país. Ya se habían definido muchas cosas después del fracaso de la invasión de bahía Cochinos de 1961 y de la crisis de los misiles de 1962. El 28 de septiembre de 1965, Fidel Castro tomó su primera decisión pública de permitir la salida del país a los que quisieran desde el pequeño puerto de pescadores de Camarioca, pegado al turístico Varadero. Se calcula que unas 3.000 personas fueron recogidas por barcos de familiares o amigos que vinieron desde Miami, y otras 2.000, en otros fletados por el Gobierno de Estados Unidos. El plazo era hasta el 10 de octubre y se alargó hasta el 15 de noviembre.

Fue el principio de otro éxodo por aire, los llamados Vuelos de la Libertad, un sistema más ordenado, que se prolongó hasta agosto de 1971. Salieron por él más de 250.000 personas. Lyndon B. Johnson abrió la puerta y Richard Nixon la cerró. Miami, en apenas 10 años, ya tenía fácilmente el medio millón de cubanos, todo un nuevo mundo. El 2 de noviembre de 1966, apenas un año después de Camarioca, el Congreso de Estados Unidos promulgó la Ley de Ajuste Cubano, que permitiría, salvo excepciones, obtener la residencia permanente a los cubanos que pisaran su suelo.

Para Cuba ha sido siempre una ley que potencia la emigración ilegal, pero es una hipocresía enorme cuando las posibilidades de viajar fuera del país están tan restringidas que sólo pueden hacerlo unos pocos privilegiados. "Lanzan a la gente a la muerte", repiten una y otra vez autoridades de la isla. (...)

"Que lo quite quien lo puso", ha sido una frase repetida por muchos exiliados en los últimos años que no se consideran responsables de la corrupción, el descontrol y la violencia existentes en la década de los cincuenta, detonantes finales de la revolución. Curiosamente, tampoco los que escaparon en 1980, en la gran estampida del Mariel, ya en la segunda etapa. Fidel aprovechó su segundo permiso de salida para vaciar cárceles de delincuentes comunes, y entre las más de cien mil personas que llegaron a Estados Unidos en desacuerdo con el régimen se coló lo peor de cada casa. La gusanera se llenó de muchos impresentables, forjadores del Miami vice de la época, aunque hubo mucha gente decente que simplemente aprovechó la ocasión para escapar.

Gerardo, un simpático empresario argentino que lleva muchos años en Miami, comenta:

"Ya sé, ya sé que los del Mariel tienen mala fama, pero yo tengo los mejores recuerdos de trabajar con cubanos de aquéllos. Les daba un dinero y venían con más siempre...".

Es un ejemplo de que hubo de todo.

A Jimmy Carter se le fue la mano de generoso anfitrión y fue otro de los desencuentros del presidente más demócrata con la élite cubana. En general, el gusano político antiguo, capitalista voraz, que medraba económicamente en el libre mercado, pero legalmente, se horrorizó de la invasión de tanta chusma, palabra muy cubana. De hecho, han pasado los años, millones de exiliados, y aún queda un silencio turbio, acusatorio, sospechoso, en el aire cuando alguien dice:

"Yo vine por el Mariel".

Es indudable que Miami tuvo un antes y un después de aquel tsunami humano.

Las siguientes etapas del exilio, hasta hoy, fueron ya mucho más económicas que políticas. Tras la caída del bloque comunista y el cese de la ayuda soviética, con la penuria del Periodo Especial, estalló en agosto de 1994 el Maleconazo. Fue una gran protesta, la primera pública, ante las necesidades tremendas del momento y tras el hundimiento del remolcador 13 de Marzo, trágico para decenas de personas.

A mí, que viví la situación extrema meses antes, no me extrañó en absoluto. La gente ha explotado por mucho menos en otras partes. Cuba siempre será un caso especial. Isla, al fin.

Fidel, tras reprimir a los manifestantes, que también pensaban en otro Mariel, lo provocó en menor escala. Permitió otro éxodo masivo, válvula de escape para evitar males mayores en la olla a presión que tenía encima. Soltó gas. El comandante, siempre en el filo de la navaja, pero sin cortarse con su habilidad genuina, volvió así con su astucia habitual a limpiar el patio de opositores directos o de gente que no le aportaba nada. Fue un Marielito. Los que se quedaron y no fueron detenidos en la revuelta, cayeron después como escarmiento y prevención. La historia repetida y nunca acabada de represión contra los disidentes.

Las aguas del norte de La Habana y de Cuba se colmaron esa vez de balseros, unos 40.000, en todo tipo de objetos flotantes artesanales, que fueron frenados la mayoría por los guardacostas estadounidenses antes de llegar a Florida. Bill Clinton añadió entonces la cláusula "pies secos, pies mojados" a la Ley de Ajuste. Los que no tocaron tierra fueron devueltos a la isla, salvo los que pudieron acreditar una situación de perseguidos políticos, que acabaron en la base naval de Guantánamo mientras les encontraban un tercer país para ser deportados. Más de un año de espera como media tuvieron que sufrir detenidos, aunque el trato fue mucho mejor bajo vigilancia militar que cuando empezó la de agencias privadas, y, en cualquier caso, ni comparación con la cárcel sin derechos en que se convirtió para los prisioneros acusados de terrorismo después del 11 de septiembre de 2001.

En los últimos años, el rosario de huidas ha seguido sin cesar. Por libre y de contrabando. Por mar y aire, escapando de la falta de futuro en un sistema que no da soluciones a demasiada gente. Ahora, el momento de recesión por los otros desatinos del imperio tampoco es el más adecuado para meterse en el sueño americano. Pero cualquier recién llegado opina como Marta:

"Siempre será mejor esto. Probar, al menos. Allí no se puede vivir. Yo sé que aquí será difícil y hay que empezar desde cero, pero al menos tendré alguna oportunidad. En Cuba, no. Todo está destruido y yo no quiero desperdiciar más mi vida. Tengo 30 años y ya he perdido mucho tiempo. Los cambios de ahora son más de lo mismo. Aquello no se arregla con DVD y una noche de hotel".

Marta y los jóvenes que han llegado a Miami en los últimos años tienen unas miras bien distintas de las de la "vieja guardia", que espera y espera desde su cueva a que Cuba cambie, a que Fidel muera, mientras ella va enterrando a sus muertos año tras año lejos de su tierra.

En la calle Flagler, la central de Miami, que divide el norte y el sur, hay un cartel a la altura de la Avenida 56. Es una tienda de rótulos. Hasta que Fidel enfermó estaba escrito: "No te demores, el infierno te espera". Ahora ha cambiado, ya es más directo: "Bienvenido al infierno". Debajo está dibujado un ataúd con el comandante dentro, y por encima, coronas de flores de Bush y de tres significados representantes del exilio más duro: Díaz Balart (Lincoln, el congresista republicano más antiguo), el fallecido empresario Jorge Mas Canosa y el director de radio Mambí, la más ultra de Miami, Armando Pérez Roura. La frase que figura al lado, reza: "Fidel, ésta es tu casa (caja)".

No es el único deseo macabro para el comandante. Si los deseos mataran estaría ya volatilizado. Pero ha sido él quien ha ido viendo o dejando muchos cadáveres por el camino. El 21 de octubre de 2004, Loyola de Palacio, entonces vicepresidenta de la Comisión Europea, calificó a Castro de "dictador siniestro", al opinar tras su sonada caída, al terminar un discurso, en la que se fracturó una rodilla y se fisuró un brazo. Y añadió: "Espero que algún día se muera y espero verlo". No lo vio. Ella murió el 13 de diciembre de 2006 con Fidel ya enfermo desde julio.

En el exilio son innumerables los "enemigos" de Castro que han ido pasando por las funerarias. Desde el más renombrado Jorge Mas Canosa hasta el último balsero.

Iliana Ros-Lehtinen, una de las congresistas republicanas de la Florida, anticastrista furibunda, llegó a decir en una entrevista en diciembre de 2006 para un documental llamado 638 formas de matar a Castro:

"Doy la bienvenida a que cualquier persona tenga la oportunidad de asesinar a Fidel Castro o a otro líder que oprima a su pueblo".

La frase no entró en el documental, pero sí comenzó a circular por Internet. La congresista negó inicialmente que hubiese alentado a matar al líder cubano y acusó de manipulación al director del documental, Dollan Cannell, que montó en cólera. Posteriormente, todo se calmó con las habituales medias disculpas e indirectas de que "lo importante es que no viva un día más" y la sensación de que sólo expresó el odio generalizado existente en el exilio contra el tirano, la palabra preferida con que le demuestran su mayor desprecio los más ultras. (...)

Difuminados los batistianos, mezclados también a veces en el denominado exilio histórico, el grupo de carcas multimillonarios y ultraderechistas es el que ha mantenido en Miami posturas tan radicales respecto al régimen castrista que a veces han rayado en el esperpento. Son a los que aún la palabra socialista, ni siquiera comunista, les suena al diablo. Visto desde Europa en pleno siglo XXI resulta hasta ridículo. Sólo es entendible desde el Estados Unidos bastión del anticomunismo, y en la América con tantas asignaturas pendientes sociales que necesitaría muchas revoluciones bien hechas para acercarse a una democracia justa y aceptable. El sistema menos malo que se ha inventado para defender la libertad, la justicia social y la igualdad de oportunidades que faltan en tantos países, en manos de los caciques de turno aún resistentes usurpadores de la democracia. Es casi una utopía, pero es la única solución para evitar el otro extremo, los salvapatrias populistas de ocasión que al final nada arreglan y simplemente se convierten en otro sistema de corrupción más. Sin salida, como Cuba.

Derrotados en la invasión de bahía Cochinos o playa Girón, en 1961, ver aún vestidos de militares a viejos supervivientes y simpatizantes, miembros de la Brigada 2506, 47 años después, es un hilarante anacronismo. Porque no hacen nada más que hablar. No tienen poder para otra cosa y todo es estéril. Quizá el gran error de los más duros del exilio ha sido tratar de contestar en los mismos términos al régimen de Fidel, cuando la táctica más astuta hubiese sido la más alejada de la confrontación frontal. Máxime, en el territorio desde el que se mueve, Estados Unidos, un país que tiene sus propios intereses al final, no siempre los del grupo más fanático de cubanos. Estados Unidos sólo veta en la ONU cualquier resolución que perjudique a Israel. Ése sí es un exilio que manda en el imperio. (...) -

Un cubano muestra un cartel con la efigie de Fidel Castro en una calle de la Pequeña Habana, en Miami, el pasado  febrero.
Un cubano muestra un cartel con la efigie de Fidel Castro en una calle de la Pequeña Habana, en Miami, el pasado febrero.AFP

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