Cuentos cortos de animales en peligro

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Jordi Sierra i Fabra

Cuentos cortos de

ANIMALES EN PELIGRO


© Del texto, Jordi Sierra i Fabra, 2016 © De las ilustraciones, Francesc Rovira, 2016 © De las fichas, José Ignacio Pardo de Santayana, 2016 © Grupo Editorial Bruño, S. L., 2016 Juan Ignacio Luca de Tena, 15 28027 Madrid www.brunolibros.es Dirección Editorial: Isabel Carril Coordinación Editorial: Begoña Lozano Edición: María José Guitián Diseño de cubierta: Óscar Muinelo Diseño de interiores: Equipo Bruño Preimpresión: Alberto García Fotografías: Shutterstock ISBN: 978-84-696-0791-6 Depósito legal: M-28251-2016 Printed in Spain Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en la ley, la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público. Pueden utilizarse citas, siempre que se mencione su procedencia.


Pingo, el pingĂźino


Los pingüinos se movían siempre siguiendo una lógica. Nadaban juntos, caminaban juntos y se protegían juntos, sobre todo en los temporales de nieve que azotaban el polo. Entonces formaban una piña para darse calor. Los que quedaban primero en el exterior pasaban luego al interior y otros tomaban el relevo. Así sobrevivían. Y lo más importante, desde luego, eran sus crías. Cuando aparecía un huevo, el pingüino responsable se ponía encima y no se movía aunque el cielo se le cayera sobre la cabeza. Por eso todos sabían que cuando uno de ellos estaba más tieso que un palo, era porque incubaba el huevo del que luego saldría una hermosa cría.

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Pingo todavía no había tenido esa responsabilidad. Era joven, alegre, dispuesto a la aventura y a investigar los hielos en los que vivía. Le encantaba nadar, comer peces y ver las esculturas que se formaban con las nevadas. Por eso no siempre iba con los demás. —Un día te meterás en un lío —le decían. —Mira que las orcas cada vez son más osadas: salen del agua y nos pillan incluso en el hielo —le decían. —Te vas a perder en medio de una ventisca y no sabrás regresar —le decían. Pero Pingo hacía cualquier cosa menos escuchar a los mayores. Para algo eran mayores, para tener cuidado y miedo. ¡Él era intrépido, osado, joven…!

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Aquel era un día precioso, perfecto para explorar, nadar y, de paso, pillar algún calamar despistado. Pingo se alejó del resto, pero, de pronto, se detuvo. Allí, justo delante de él, en mitad de ninguna parte, había un huevo. Un huevo solitario y perdido. Pingo miró a derecha e izquierda y gritó: —¡Eh! —Pero solo le respondió el silencio—. ¿De quién es este huevo? —preguntó, con el mismo resul­ tado. Entonces se acercó al huevo y lo tocó. Estaba tibio, aunque empezaba a enfriarse a toda velocidad. Si no lo incubaban, el pingüinito de su interior moriría en cuestión de minutos. Ni una madre ni un padre abandonarían nunca a uno de sus huevos, así que si aquel estaba allí era porque algo había sucedido.

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Pero poco importaba ya. Lo esencial era salvar al huevo. Pingo se puso encima, se acuclilló y le dio su primer calor. Aquel día Pingo no se movió. Ni al otro, pese a que estaba completamente solo. Al tercer día, el cielo dejó de estar azul, se llenó de nubes y cayó una intensa nevada que casi lo sepultó. La temperatura bajó un montón de grados y Pingo sintió mucho frío. Empezó a pensar que si no se iba, moriría. Pero si se marchaba el que moriría sería el pingüinito del huevo. Y se quedó. ¿Resistiría los treinta o treinta y siete amaneceres que costaba incubar un huevo?

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Una semana después, Pingo seguía en su sitio, muerto de hambre, frío y sed. Por suerte para él, le estaban buscando. Una tarde escuchó el grito. —¡Le he encontrado! ¡Está aquí, venid! Un grupo de pingüinos, a cual más enfadado porque Pingo les había obligado a salir de expedición, se acercaron a él. —¿Se puede saber qué haces? —le espetó el jefe—. ¡Llevamos días buscándote! ¡Y tú aquí, como un pasmarote! Entonces Pingo se apartó un poco. Le costó, porque estaba anquilosado y débil, pero no tuvo que decir nada. Cuando vieron el huevo, todos comprendieron lo que había sucedido.

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Unos fueron a buscarle comida, otros agua, unos pocos se apretaron contra él para darle calor y el resto fue a buscar ayuda. Al poco rato, un enjambre de pingüinos rodeaba a Pingo y, todos juntos, se dispusieron a esperar lo que hiciera falta hasta que el huevo se rompiera y naciera uno de ellos. Pingo se convirtió en un héroe, en todo un ejemplo para los demás. Había estado a punto de morir por salvar a un pingüinito. Eso sí: se convirtió en padre sin pretenderlo, antes de tiempo. Y a su hijo adoptivo le puso Perdidito.

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? ¿Q U É ES U N P I N G Ü I N O que carece de la Es un ave marina y pescadora bucea como ninguna y da na e qu ro pe , lar vo de ad capacid maje muy especial otra. Los pingüinos tienen un plu mbian por otro nuevo) ca lo do an cu , no ra ve en os en (m frío. que los protege del agua y del

¿C Ó M O ES S U V I D A ? tivos: es solo dejan el mar por dos mo av s ta Es s para reproducirse. re yo ma los y je ma plu su r da los jovencitos para mu y se reúnen para criar a vid la da to ra pa an or am en Los pingüinos se ces de miles de parejas. ve a s, sa ro me nu y mu ias lon co a sus hijos en s en túneles, Los nidos pueden estar escondido sobre la tierra o ¡sobre el hielo! perador, Este es el caso del pingüino em que no construye nido; por eso, o los padres incuban su único huev l guardándolo en un pliegue de pie que tienen en el vientre… canguros. Algo parecido a la bolsa de los

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¿D Ó N D E H AY P I N G Ü I N O S? Existen diecisiete especies, repa rtidas por los mares que están al sur del ecuador. Algunos no se alejan de la Antárti da. Otros viven y se reproducen en el sur de América, África, Australia y Nueva Zelanda, en islas e islotes seguros para sus hijos. Dos especies viven más al norte , aprovechando para ello la abun dancia de peces de las costas de Chile y Perú, y otra más ha llegado hasta las isl as Galápagos.

¿P O R Q U É C O R R E N P E LI G R O D E EX TI N C IÓ N ? La contaminación de los mares y la escasez de peces de los qu e les gustan y necesitan es una de las causas de su declive. El cambio climático, que puede modificar las corrientes marinas , hace pensar en futuros problem as imprevisibles. La introducción por parte del se r humano de otros animales en sus lugares de cría puede aumentar la muerte de pollitos y hacer de crecer sus poblaciones. El pingüino de las Galápagos es la especie más vulnerable, pues el fenóme no meteorológico que se conoce como «El Niño» deja el mar sin pesca y ocasiona auténticas catástrofes en su población.

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Pimpรกn, el orangutรกn


Ya de niño, Pimpán había sido un orangután peculiar. Y decir peculiar es poco. Era el más revoltoso de todos los orangutanes nacidos en aquella parte de la selva. Ninguno de los animales que la habitaban recordaban a un animal más loco y juerguista, travieso y desconcertante. ¿Que de pronto le llovían plátanos a la señora serpiente? Allí estaba Pimpán. ¿Alguien saltaba de rama en rama a lo bruto, sin ver si había alguien durmiendo en una o arrancando hojas a su paso? Ese era Pimpán. ¿Quién era capaz de echar una siesta justo encima de una madriguera? Pimpán. Y menos mal que, en este último caso, bastaba con pellizcarle el trasero para que diera un brinco y se apartara, que si no…

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Su madre bien que lo decía: —No paraba ni cuando lo llevaba dentro. Se notaba que quería salir cuanto antes. A Pimpán lo que le perdía era la curiosidad. Le pasaba por delante una mariposa y la seguía como un pasmado. Se subía a un árbol y si desde la copa veía uno más alto, pues allá que iba él para otear el paisaje mejor. Lo más divertido era cuando buceaba en la laguna tratando de agarrar a los peces con las patas. Nunca pillaba ninguno, aunque se lo pasaba en grande. —Un día te meterás en un lío —le prevenía el búho, que para algo era el animal más serio de la jungla. —Soy un orangután, soy fuerte —se jactaba él—. Soy el animal más fuerte de la tierra.

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Sea como sea, en la Asamblea Anual de aquella primavera, todos se quejaron de Pimpán por alguna de sus locuras. Cuando Pimpán se enteró, se sintió muy triste y apenado. —Nadie me quiere —suspiró—. ¿Qué culpa tengo yo de ser tan animado? ¡Los demás son unos sosos! Sintiéndose rechazado, Pimpán se alejó más de la cuen­­ta de su hogar. Nunca había llegado a la linde de la selva, porque se decía que más allá todo eran humedales, pantanos y lugares insalubres. Esta vez, sin embargo, lo hizo. Salió de la selva y… ¡De pronto se vio despedido hacia arriba y envuelto por una gruesa red que le impedía todo movimiento!

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Unos extraños seres, muy parecidos a él aunque sin pelo y que caminaban únicamente sobre las patas traseras, salieron de todas partes y empezaron a reír. —¡Magnífica presa! —dijo uno. —¡Será la estrella de un buen zoológico! —dijo otro. Pimpán no les entendía. Pero era lo bastante listo como para saber que estaba preso, y que se lo iban a llevar lejos, tal vez para comérselo. ¡Ah, qué tonto había sido! Luchó con la red y gritó, pero no hubo forma de romperla y soltarse. A los pocos instantes estaba en una jaula de madera. Lo que no sabía Pimpán era que una de las mariposas a las que seguía lo había visto todo. La mariposa voló rauda hasta el corazón de la selva y se lo contó al búho. Este convocó inmediatamente una reunión.

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—¡Unos extraños han cogido a Pimpán! —proclamó—. Pesado o no, ¡es uno de los nuestros! Uno o dos animales se alegraron de perderlo de vista, pero luego reconocieron que el búho tenía razón. ¡Pimpán era de los suyos! Aquella noche, en el campamento de los cazadores sucedieron cosas muy raras. Primero, un enjambre de abejas empezó a picarlos. Después, cuando más distraídos estaban, quejándose y dando saltos, aparecieron varias serpientes y arañas enormes que les hicieron correr aún más. En cuanto el campamento estuvo vacío, los mismos orangutanes llegaron a la jaula y estudiaron la forma de liberar a Pimpán. Un artilugio de metal protegía la puerta, así que optaron por la vía rápida: rompieron los barrotes de madera entre todos.

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Pimpán no podía creerlo. —¿Habéis venido a rescatarme? —¡Pues claro, no íbamos a dejar que se te llevaran! —le dijo el búho, aleteando sobre su cabeza. —Pero ¿no os molestaba y decíais que era superpesado? —Las cosas no se arreglan quitándose los problemas de en medio, sino solucionándolos —le hizo ver el búho—. Te toca a ti aprender la lección. En la selva, todos dependemos de todos. Desde aquel día Pimpán cambió. Bueno, no dejó de hacer un poco el loco, pero tuvo más cuidado. O al menos lo intentó. Por ejemplo, si dejaba caer una boñiga desde lo alto y le daba al topo en toda la cabeza, por lo menos bajaba, pedía perdón y le limpiaba.

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N? ¿Q U É ES U N O R A N G U TÁ se parece mucho El orangután es un primate que rque hace varios a los seres humanos. Esto es po os antepasados. millones de años tuvimos los mism son casi como Las manos de los orangutanes les, pero son mucho ita dig as ell hu n ne tie : as tr es nu las subirse con facilidad más fuertes, lo que les permite no hablan, aunque a los árboles. Los orangutanes rprendente comprobar cuando se convive con ellos es so ra que los comprendas. pa os st ge n co n ca pli ex se y en cómo te entiend a los bebés humanos. os m ísi cid re pa n so n tá gu an or Los bebés de

¿C Ó M O ES S U V I D A ? s de los árboles. pa co las a os bid su a vid su da Los orangutanes pasan to de frutos y hojas. Allí se alimentan principalmente e vive mejor que nosotros qu la en lva se la de e rt pa la Un orangután conoce árbol y cuándo maduran da ca do ua sit tá es e nd dó be Sa nuestras ciudades. como en nuestros bosques, s, cie pe es s do y ha no s lva se s sus frutos (y en su mil caminos diferentes ce no co y ), les bo ár de s se cla sino cientos de tocar el suelo. sin se ar laz sp de a ed pu e qu ce a distintas alturas, lo cual ha emoria prodigiosa. m a un n ne tie s ne ta gu an or los , En resumen


¿D Ó N D E H AY O R A N G U TA N ES ? Solo en dos islas de Asia viven orangutanes: en Sumatra y en Bo rneo. El hecho de que estas islas, aunque cerc anas, estén separadas por un ma r que ellos no pueden cruzar, ha conseguido que unos y otros sean bastante diferentes. Desde hace menos de cien años también viven en los zoos. Allí su vida es más segura y tienen a sus hijos cuida dos, y si desaparecieran de Suma tra o Borneo, estos orangutanes «civilizados» podrían volver a colonizar las se lvas de sus antepasados. Actualmente en los zoos de Europa viven cerca de quinientos orangutanes. Todos han nacido aquí y no conocen los bosques do nde vivieron sus abuelos, pero quizá algún día sus hijos regresen a ellos.

¿P O R Q U É C O R R E N P E LI G R O D E EX TI N C IÓ N ? La principal causa es, como ocur re con muchas otras especies, la superpoblación humana y la explotación de las selvas. En las selvas de los oran gutanes hay maderas valiosas y por eso se cortan los árboles. Y lo peor es que después, en vez de permitir que la selva crezca de nuevo, se plantan palmeras que producen aceite de palma, pero no son el hábitat de los orangutanes. La caza furtiva para robarles los bebés a las madres es otro de los prob lemas.



Mura, la cangura


Todo el mundo quería a Mura. No porque fuera una cangura que se pasaba el día yendo de aquí para allá dando brincos enormes, como si quisiera batir un récord mundial de salto de longitud. Tampoco por sus orejas puntiagudas, sus bigotes o su poderosa cola. A Mura la querían porque era el animal más servicial de la comarca. En su bolsa llevaba de todo. Parecía un almacén andante. —Mura, ¿tienes alguna planta para el dolor de cabeza? —Un momento, mamá koala, que creo que por aquí hay algo. Y, ¡zas!, en un rincón del fondo de la bolsa aparecían las hierbas. —Mura, ¿has encontrado por casualidad mi nido? Anoche hizo tanto viento que se me voló. —¡Pues claro que sí, papá petirrojo, lo cacé al vuelo!

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Y, ¡ras!, el nido de la familia petirrojo salía de la gran bolsa de Mura tal cual, sin haber sufrido el menor daño. Nada de esto habría sido problema de no haber sucedido lo más lógico: que Mura tuvo un cangurito. A los pocos días, el pequeño ya compartía el espacio de la bolsa con todas las cosas que Mura recogía por aquí y por allá. Como era diminuto, no le importaba mucho. Es más, solía ser divertido, porque allí dentro podía aparecer cualquier cosa, desde una hormiga perdida a un demonio de Tasmania que Mura llevaba a otro lugar. Pero a las pocas semanas… al hijo de Mura la bolsa se le quedó pequeña. —¡Ay, que no quepo! —se quejaba cuando, con cada salto, se le clavaban todas las cosas.

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Mura no tuvo más remedio que priorizar el bienestar de su hijo, así que vació la bolsa y se resignó a no ser tan servicial. Aquello hizo que su popularidad menguara. —Mura, ¿no llevarás por casualidad…? —No, lo siento, ya no llevo nada en la bolsa. —Mura, ¿tendrías…? —No, lo siento, ya no llevo nada en la bolsa. Los animales que poco antes habían sido sus amigos empezaron a darle la espalda, molestos por su falta de atención. Lejos de comprender el problema, pensaron simplemente que Mura ya no quería saber nada de ellos. —Ha cambiado —decía uno—. Se ha vuelto más egoísta. —Sí, como tantos… —comentaba otro. —Con lo buen animal que era —suspiraba un tercero.

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Mura entendió lo que había pasado y se puso muy triste. Tanto que hasta su hijo se lo notó. —Si quieres, me quedo en casa —le dijo el pequeño—. Así volverás a tener espacio para llevar todo lo que llevabas antes. —No. Eres mi hijo. Tú eres lo más importante para mí, y si no lo entienden, allá ellos. Es su problema. Un hijo lo es todo para un padre o una madre. Cuando podía ser una buena vecina, lo era, pero las cosas cambian. El ornitorrinco fue el primero en darse cuenta de que los egoístas eran ellos, los que siempre se habían beneficiado de lo dispuesta que estaba Mura a ayudarles, así que reunió a todos los animales para defender a su amiga.

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—¡Nos hemos despreocupado de los problemas porque Mura siempre estaba ahí para echarnos una pata, pero ahora las cosas son distintas y hemos de aceptarlo! ¡La bolsa de Mura no es un almacén! Los animales lo comprendieron, se dieron cuenta de su descortesía y fueron a ver a Mura para pedirle perdón. Cuando ella los vio reunidos, reconociendo que era la más amable de todos, se sintió muy emocionada. Entonces tuvo una idea genial. Aquella noche construyó una carretilla de madera a la que puso unas ruedas. Encima de ella colocó una bolsa aún más grande que la suya, en la que introdujo todas las cosas que antes solía llevar encima. Ató la carretilla a su cola y… al día siguiente volvía a ser la de siempre, la amiga de sus amigos, con cuanto necesitasen para ser felices.

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Así que, a las pocas semanas, aunque su hijo ya había crecido mucho y no siempre estaba en la bolsa, Mura y su invento eran lo más popular de los alrededores. Cuando el alcalde lechuza la nombró mensajera, todos aplaudieron la iniciativa. Ni que decir tiene que ese fue el comienzo del correo en bosques y praderas. Lo llamaron «Canguro Exprés».

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? ¿Q U É ES U N C A N G U R O nó especialmente en Australia cio olu ev e qu ro fe mí ma so rio cu te Un canguro es un a sus crías. ¿En qué consiste es r ida cu de l na igi or y mu do mo inventando un gusanitos que en nada o s va lar mo co n so os ur ng ca invento? Cuando nacen, los nguros recién nacidos ca l mi e qu os eñ qu pe n ta n So . se parecen a sus padres mano. pesan lo mismo que un bebé hu el pelaje de su madre hasta r po n pa tre » os ur ng ca ini «m Nada más nacer, los que ella tiene en la tripa. Allí se ») pio su ar «m da ma (lla lsa bo a esconderse en un es. Mientras tanto, nt die en ep ind e rs ce ha a st ha e amamantan y crecen lentament refugio. utilizan también esta bolsa como

¿C Ó M O ES S U V I D A ? os grises,

uros rojos y los cangur ng ca los s, de an gr s má os ur ng La vida de los ca eras transcurre saltando por las prad en busca de agua y de comida. En la época de reproducción, n otros los papás canguro se enfadan co puñetazos papás y se pelean a patadas y que más para quedarse con las canguras les gustan como novias.


¿D Ó N D E H AY C A N G U R O S? Todos los canguros silvestres viv en en Oceanía, sobre todo en Au stralia. Por allí, en diferentes paisajes, se reparte n las más de cincuenta especies de canguro. Unos prefieren las llanuras con hierba, como el rojo y el gris, qu e son los más grandes y poderosos. A otros má s pequeños les gustan las colinas rocosas y por ellas saltan como hacen nu estras cabras. Algunos trepan a los árboles porque les gustan más las hojas que la hierba. Pero todos los canguros tienen como característica común unas patas traseras muy fuertes que les sirven para saltar muy lejos y una gruesa co la que usan para mantener el equilibrio y no caerse de costado.

¿P O R Q U É C O R R E N P E LI G R O D E EX TI N C IÓ N ? El canguro más amenazado es el canguro de árbol, género formado por mu chas especies distintas. En el suelo so n lentos y torpes, pero en los árboles se mueven de forma muy ágil y atlética. De hecho, pueden dar saltos enormes. La caza y la pérdida de su hábitat son las razones de que estén en peligro.



Mugre, el tigre


Mugre no era el tigre más elegante y limpio de la selva. Ya desde cachorro, su madre se había preocupado mucho por él. Era felino y feroz, sí, pero se metía siempre en todos los charcos y le encantaban los líos. Ya no se subía a los árboles para tratar de coger nidos, pero tanto le daba rugir de noche, despertando a todo el mundo, como pelearse con cualquier clase de animal, sin importarle que fuese mucho mayor. Una vez había regresado tan embarrado y sucio de una excursión a las cascadas que su madre le confundió con una pantera. Hasta que no se lavó no le vieron las rayas.

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Precisamente de lo que más alardeaba Mugre era de sus rayas. Eran perfectas, y convertían su piel en un precioso tapiz lleno de contrastes. Las jóvenes tigresas no le quitaban ojo de encima, y él se pavoneaba y se lucía ante ellas. Claro, que eso solo ocurría cuando iba limpio, cosa que no sucedía a menudo. —¡Ay, no sé qué hacer con él! —decía su madre. Los elefantes le disparaban chorros de agua y los chimpancés le lanzaban fruta, pero Mugre se reía de todo. Incluso del león, que por muy «rey de la selva» que fuese, no era tan guapo como él. Como muchos jóvenes, de la especie que fuera, Mugre estaba un poco loco. ¡La vida era una fiesta! Hasta que un día, tras pelearse con un grupo de monos, sucedió lo inesperado.

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Aquella noche, mientras Mugre dormía, los monos frotaron sus fosas nasales con adormidera, para que no se despertara mientras hacían de las suyas, y por la mañana, al abrir los ojos… —Mugre, ¿qué te ha pasado? —le preguntó Ximbo, su tío. —¿A mí? Nada —contestó él—. ¿Por qué? —Pues porque has perdido una raya. Mugre volvió la cabeza y comprobó que era cierto. ¡Había perdido una de sus rayas negras! ¡Y no una pequeña, no: la más grande, la que estaba cerca de la cola! —¡Mi raya! —exclamó, muy asustado. Fue al lugar donde había dormido, pero nada. Paseó por los alrededores, muy nervioso, y el resultado fue el mismo. ¿Cómo había podido perder una raya?

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Cuanto más corría por la selva buscándola, más sorpresas y burlas provocaba. —¿Estás mudando la piel? —se mofó una serpiente. —¡Mugre, qué pálido estás! —comentó un búho. —¿Te ensuciabas para disimular que te faltan rayas? —le preguntó un buitre. Mugre revolvió la selva de arriba abajo. ¿Cómo se caía una raya? ¿Podía habérsela llevado el viento? ¿Y si la lluvia había borrado su rastro? Ni siquiera notaba que los monos le seguían por las copas de los árboles, tratando de que sus risas no delataran su presencia a ras de suelo. A mediodía Mugre fue al estanque y se miró en el agua. Estaba hecho un asco. Sin una de sus rayas ya no era un tigre. ¡Hasta las cebras tenían más rayas que él! Sería el hazmerreír eterno de la selva. 62



Triste y abatido, fue al encuentro de su madre. En cuanto se detuvo ante ella, la tigresa se dio cuenta de que algo le sucedía a su hijo. —¿Qué te pasa? —se preocupó. —¿No me notas nada raro? —preguntó él. —No, nada, salvo que estás tan sucio como siempre. —¿Yo? —¡Sí, tú! ¿Se puede saber con qué resina te has frotado que hasta se te ha teñido de blanco una raya? —¡¿No la he perdido?! —exclamó Mugre. —Ay, hijo, ¡¿serás tonto?! —explotó su madre—. ¿Cómo vas a perder una raya? ¿Crees que son de quita y pon? Y tirando de una de sus orejas, lo arrastró hasta la cascada y lo metió bajo el chorro, para que el agua limpiara la mancha.

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Ahí estaba la raya. En ese momento los monos ya no pudieron contener más la risa y estallaron en carcajadas. Mugre solo tuvo que levantar la cabeza y verlos para comprender lo que había sucedido. ¡Le habían pintado de blanco la dichosa raya! Pero bien que aprendió la lección. De entrada, porque desde entonces se lavó todos los días. De salida, porque puesto que era uno de los animales más bellos de la selva, se tomó muy en serio su papel desde entonces. Eso sí, la guerra con los monos fue tremenda a partir de ese día.

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¿Q U É ES U N TI G R E? el único «gato» que se ha Es a. rr tie la de de an gr s má o El tigre es el felin e, como han hecho rm ifo un lor co de o s ha nc ma n vestido con rayas en vez de co os de peso, tanto kil 0 30 los r za an alc e ed ¡Pu . os el resto de los grandes felin eligencia, que le ha int an gr a un ne Tie s! ta jun as on como cuatro o cinco pers entes y extremados. er dif s má s ma cli y es ar lug los permitido adaptarse a

¿C Ó M O ES S U V I D A ? especies en las que de d da ini inf en re ur oc mo co — Son animales solitarios, y los machos y las hembras de a tin ru la s— da ra pa se as ambos sexos hacen vid es completamente diferente. y más tarde, ya adultos, ivir ev br so r ta en int a an dic de De jóvenes ellos se lo de otros tigres. er nd fe de a y io op pr rio ito rr te a conquistar un durante casi tres años an uc ed y an nt me ali e qu las n so Las hembras magníficas cazadoras. a sus hijos, por lo que son unas


¿D Ó N D E H AY TI G R ES ? Hasta hace cuatro siglos los tig res vivían desde el Cáucaso, a lo largo y ancho de la mitad sur de Asia, hasta algunas islas como Sumatra. Ha cia el norte se extendían por una gran parte de Siberia. Hoy los tigres viven solo en zona s de la India y países al norte de ella, la isla de Sumatra y una pequeña parte de Siberia próxima al Pacífico.

¿P O R Q U É C O R R E N P E LI G R O D E EX TI N C IÓ N ? La caza ilegal por su preciosa pie l y la creencia que existe en mu chos países de que todas las partes de su cuerpo tienen propiedades medic inales son sus principales enemigos. En el siglo xx la llamada caza «depor tiva» diezmó sus poblaciones, exterminando a algunas de ellas. Por otro lado, el aume nto de la población humana en las zona s donde habita produce accidentes y conf lictos con la ganadería. Actualmente sus poblaciones se reducen a seis. Las más numerosas son las de la India e Indochina. Las de Sumatra, M alasia y norte y sur de China se encuentran al borde de la desaparición.



Mar, la osa polar


La culpa de que Mar fuese una perezosa la tenían sus oseznos, Cielo y Agua. Nada más llegar al mundo, en las inmensidades blancas del polo, Cielo y Agua mostraron muy poca predisposición para la aventura. Preferían dormir bien cobijados por Mar. Y Mar, como buena madre, estaba dispuesta a complacerles. Lo malo es que, de tanto gandulear, acabó volviéndose eso: perezosa. Cuando Cielo y Agua empezaron a valerse por sí mismos, a Mar le costó una barbaridad volver a mover su enorme cuerpo por el hielo. Además, podía pasarse mucho tiempo sin comer. ¡Ah, lo estupendo que era dormir a pata suelta!

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Un día, al llegar la primavera, Cielo y Agua se alejaron más de la cuenta de Mar y ella no notó que el pedacito de hielo sobre el cual se encontraba se iba separando de la costa. A Mar le gustaba dormitar con una pata metida en el agua y la nariz casi colgando del extremo, para olerlo todo. El pedacito de hielo acabó flotando a la deriva, como un iceberg, con Mar encima. El movimiento de las olas hizo el resto. ¡Lo bien que estaba Mar! Ni siquiera se dio cuenta de que pasaba el tiempo y de que, mientras, el pedacito de hielo se iba separando más y más de la costa. De repente, un rayo cruzó el cielo y un trueno retumbó en las alturas. —Ositos, estaos quietos —rezongó Mar más dormida que despierta.

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Otro rayo. Otro trueno. —¿Se puede saber qué estáis haciendo? A ver si rompéis algo… —gruñó. Pero ¿romper? ¿Qué iban a romper Cielo y Agua si vivían en el polo y allí no había más que inmensas montañas de hielo? Mar abrió un ojo. Caramba, ¿y lo mucho que se movía todo? Abrió el otro ojo. Luego, lo que hizo fue abrir la boca ante la sorpresa. —Pero ¡qué…! —exclamó, y se le heló la sangre en las venas, no solo por el frío que hacía. No se veía nada salvo el mismo nombre de sus hijos: agua por todas partes y el inmenso (y negro-negrísimo) cielo sobre su cabeza.

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—Pero ¿adónde se ha ido todo el mundo? —se preguntó asustada. Mar nadaba estupendamente y era fuerte. Lo malo es que no sabía en qué dirección quedaba el lugar en el que estaba su familia. Podía echarse al agua y acabar en medio del océano, o ir en una dirección que la alejase para siempre de los suyos. Más rayos y truenos quebraron el firmamento y las olas se hicieron muy altas y violentas. Encima, el pedacito de hielo se iba encogiendo. ¡Acabaría en la panza de una ballena! Cuando peor estaba el asunto, un gaviotín del Ártico apareció entre las nubes y casi se estrelló contra la barriga de Mar. —¿Y tú quién eres? —le preguntó Mar.

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—Me llamo Tilín y estoy haciendo mi vuelo anual de norte a sur, de los hielos de arriba a los de abajo, pero con esta tormenta… ¿Y tú qué haces aquí? —Me he quedado dormida. No sé en qué dirección está la costa. —Yo sí lo sé. Si te lo digo, ¿me dejas viajar contigo y así descanso un rato? —¡Pues claro! —contestó la osa, sintiéndose salvada. —Entonces…, hacia allí, y ya puedes ir rápido, porque este hielo se está fundiendo por momentos. Mar se puso a remar con las dos patas, boca abajo, tan estrecho era ya el pedazo de hielo. Tilín se quedó encima de su cabeza, para guiarla. Fue una larga travesía. Tanto que, justo cuando a lo lejos vieron la línea de la costa, el hielo acabó de fundirse y Mar tuvo que hacer el resto a nado. Pero por encima del agua, para mantener a Tilín sobre su cabeza. 80



Los dos llegaron muy contentos a su destino. —Ahora ya puedo volver a volar —suspiró el gaviotín del Ártico. —¡Y yo, a reunirme con mi familia! —se emocionó Mar. En efecto, allí estaban sus hijos, preocupados por su desaparición. Los tres se reunieron felices mientras Tilín reemprendía el vuelo. A partir de ese momento Mar dejó de ser perezosa. Y a la hora de dormir ya no se acostaba junto al agua. Se convirtió en una osa tan activa que a veces hasta sus hijos le decían: —¡Para, mamá, que estamos agotados!

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R? ¿Q U É ES U N O SO P O LA unos osos Los osos polares descienden de ciares marrones que, en los periodos gla a hizo (una época en la que en la Tierr a zonas más mucho frío), decidieron no irse ve. templadas y quedarse en la nie vieran Con el tiempo, para que no los se hizo blanco. También ón rr ma lo pe su o, nt me ali l ipa las focas, su princ dormir solo durante el verano, a no ier inv el do to e nt ra du ir pasaron de dorm an que el mar esté helado. ya que para cazar focas necesit

¿C Ó M O ES S U V I D A ? mbio, las osas siempre ca En . los so n tá es re mp sie si Los papás osos ca e no se separan qu los de os ios ec pr s no ez os s están educando a uno, dos o tre . Los cachorritos ías cr r ne te a en elv vu es nc to En . hasta que cumplen tres años cava su mamá… ¡en el hielo! ex e qu a ev cu a un en s mo ísi eñ nacen pequ e tres meses o un poco nt ra du en viv , lor ca da les e qu Y allí, pegaditos a ella, si todo su tiempo. ca an dic de o es a y l íci dif y mu más. Cazar focas es de hacerlo durante un día s ce pa ca n so e qu o nt ta r, da na Les gusta mucho entero sin cansarse.


¿D Ó N D E H AY O SO S P O LA R ES ? Solo hay osos polares en el Polo Norte, y como allí casi se juntan tres continentes —Europa, América y Asia—, los os os polares pueden viajar de uno a otro con facilidad. Cuando llega el verano, y antes de dormirse, como no pueden cazar focas porque el mar no está helado, los osos se reúnen en algún lugar donde haya comida: por ejemplo, en torno a una ballena mu erta que el oleaje arrastre hasta una playa. A veces se acercan a las pocas poblaciones humanas que hay en sus territorios, porque allí, entre la basura que tir an las personas, pueden encontrar algo que comer.

¿P O R Q U É C O R R E N P E LI G R O D E EX TI N C IÓ N ? El mayor peligro para su supervi vencia es el cambio climático. Po r culpa de la subida de las temperaturas cada vez hay menos hielo y esto hace que los osos polares tengan más dif icultades para cazar focas. Por eso, aunque parezca imposible dada su fuer za y tamaño, estos preciosos animales podrían llegar a extinguirse. También la contamina ción marina y las explotaciones mineras y petro líferas en sus hábitats naturales los afectan y hacen peligrar algunas poblaciones. La caza de estos osos ahora representa un peligro meno r.



Lena, la ballena


Lena no solo era la ballena más grande, sino la más feliz de los mares. Siempre estaba contenta y bromeaba por todo. Sus chistes eran famosos. Ninguna de sus compañeras se resistía a ellos. A la pobre Lisarda, de buen rollo, le había dicho que más que ballena parecía «bavacía», por lo delgada que estaba.

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Cuando las ballenas se reĂ­an, el mar se agitaba con tremendas olas, como si hubiera tormenta.


Lena era tan grande que tenía que comer mucho. Abría la boca, tragaba toneladas de agua, se quedaba con su alimento y luego devolvía el agua por el agujero de la cabeza, formando un enorme surtidor que asustaba a los pájaros incautos. Y claro, cuando tragaba agua le entraba de todo. En una ocasión, un pedazo de barco se le quedó atravesado en la garganta y tosió y tosió hasta quitárselo, pero provocando casi un maremoto. Otra vez se zampó a un submarinista que creyó estar en una enorme cueva. El hombre la pinchó, y Lena tuvo que expulsarlo de muy mala manera. Pero eso eran menudencias. Lena nadaba, brincaba, movía la cola con elegancia y «hablaba» con su peculiar voz bajo el agua, como si cantara. El canto de las ballenas está lleno de nostálgica armonía, y en eso, Lena, por su tamaño, era la mejor.

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Un día un pájaro bobo se lanzó sobre el agua para atrapar un pez justo cuando Lena abría la boca para comer. En un instante, el pobre pájaro quedó atrapado. —¡Eh! —gritó—. ¿Hay alguien ahí? Lena oyó aquella voz en su interior y recordó al submarinista que la había pinchado. —¿Se puede saber quién eres? —rugió enfadada. —¿Yo? ¡Soy un pájaro bobo! ¡Me llamo Rufus! ¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? ¿Desde dónde me hablas? —dijo muy asustado. —¿Rufus? ¿Qué clase de nombre es ese? ¿Y qué haces tú en mi barriga? ¡Yo soy Lena, la ballena! Rufus se quedó petrificado… ¡Una ballena! ¡Vaya, eso sí era malo! —¡Yo estaba pescando tan tranquilo cuando, de pronto…, me he visto aquí dentro! 92



—¡Pues ya te estás largando con viento fresco! —Vale, pero ¿salgo por detrás o por arriba? Lena lo meditó. Si lo expulsaba por detrás, con pico y todo, le haría daño, pero por arriba también… —Creo que lo mejor será que te quedes ahí y me sirvas de alimento —dijo Lena. —¡Ah, no! —protestó Rufus—. Tengo pájara y un nido que alimentar. ¡Haz el favor de no jugar con eso! —Luego reflexionó un instante y añadió—: ¿Y desde cuándo las ballenas comen pájaros? —¡Haga lo que haga me va a doler! Se hizo el silencio. Lena estaba preocupada y Rufus, asustado. Por si acaso, el pájaro se zampó tres o cuatro peces que brincaban a su alrededor. Fue entonces cuando tuvo la idea.

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—Prepárate —le dijo a Lena. —¿Qué vas a hacer? —¿Has estornudado alguna vez? —¿Estornudar? ¿Y eso qué es? —se alarmó la ballena. Entonces Rufus abrió las alas y se puso a hacerle cosquillas con las plumas. —Pero ¿qué…? —se agitó Lena—. ¡Estate quieto! ¿Qué haces? Aa… ¡Aaa…! ¡Aaaa…! En unos segundos, el cosquilleó resultó tan imparable como irritante…, y no por ello menos divertido. Porque Lena se puso a temblar y a sentir que le entraban unas ganas tremendas de… ¿De qué? ¿Rufus había dicho estornudar? ¿Qué era eso? Pronto lo supo. Inesperadamente tuvo que llenarse de aire, hasta hincharse como un globo, y tras una pausa en la que llegó al límite… 96



¡AAACHÍÍÍÍSSS! ¡ZAS! Rufus salió volando por el aire, despedido a gran altura. Tanto que a duras penas logró extender las alas para echar a volar. Cuando lo consiguió, sobrevoló a Lena, que le miraba sin saber si enfadarse o reírse. —¡Eres un pájaro bobo! —exclamó, optando por lo segundo. —Ya te lo dije —replicó Rufus, agitando las alas—. Pero ¿a que ha sido divertido? Sí, Lena tuvo que reconocer que estornudar era divertido. Y por eso, desde aquel día, de vez en cuando, fingiendo despistarse, atrapaba pájaros para que le hicieran cosquillas y poder así estornudar. Aunque las olas que levantaba eran tremendas.

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A? ¿Q U É ES U N A B A LL E N l planeta. En concreto, de s de an gr s má s ro fe mí ma los Las ballenas son mundo: puede medir hasta 30 l de de an gr s má al im an el es la ballena azul nte adaptadas a me cta rfe pe n tá Es . as lad ne to 0 metros de largo y pesar 20 s encontrar dos tipos mo de po , ión ac nt me ali su a to la vida en el agua. En cuan as. Las ballenas barbudas ad nt de s na lle ba y as ud rb ba s fundamentales: ballena imales muy pequeños que an de sa ma a un il, kr r ne te ob filtran el agua para nas se alimentan así. lle ba las de ría yo ma La . ua ag viven flotando en el n desde pescado hasta focas, me co y s ra ívo rn ca n so as ad nt Las ballenas de asesina. como la famosa orca o ballena

¿C Ó M O ES S U V I D A ? boreal, por ejemplo, puede vivir na lle ba la ; ga lar y mu es na lle La vida de una ba ser humano se lo impide. hasta doscientos años si ningún Dentro de estos ». as ad an «m n na mi no de se e Viven en grupos familiares qu en terminar varadas ed pu o up gr su a en rd pie Si . an grupos nacen y se aliment muerte segura. en la costa, lo que significa una tres años. La cría se llama os un e nt ra du s ta jun en ec an rm La madre y la cría pe litros de leche al día! 150 y 100 tre en ar sit ce ne e ed , «ballenato» y… ¡pu desarrollado su propio lenguaje n Ha . es nt ge eli int te en alm re n Las ballenas so o descifrar. que en algunos casos se ha podid


¿D Ó N D E H AY B A LL E N A S? Las ballenas habitan todos los oc éanos del mundo, desde el Ártic o hasta el Antártico. Por lo general las ba llenas más grandes viven en las aguas más frías, mientras que las de menor tama ño tienden a acercarse a las co stas en busca de aguas más templadas. Cada ballena tiene sus gustos, pe ro muchas de ellas realizan viajes larguísimos para buscar las temperaturas que les resultan más agradable s.

¿P O R Q U É C O R R E N P E LI G R O D E EX TI N C IÓ N ? Las ballenas dependen de la riq ueza de su medio para conseguir alimento. La contaminación de las aguas y el cambio climático están hacie ndo que haya menos vida en el océano, y por tanto las ballenas encuentran me nos comida. Además, cuando la comida se ac aba en un sitio deben trasladarse a otro, y en estos movimientos pueden quedar atra padas en redes, sufrir accidentes con barc os o perderse y quedar varadas. La caza de ballenas ha sido una práctic a muy común entre los seres humanos. Aunque en la actualidad está prohibida, de jó al borde de la extinción a muchas poblacio nes.



Trompante, el elefante


A Trompante empezó a dolerle el colmillo izquierdo una mañana. Primero no le hizo mucho caso. Era un elefante. Más aún: era el jefe de la manada. Si se quejaba por una menudencia, ¿qué harían luego los jóvenes, protestar por cualquier tontería? La vida de la selva era dura, ¿no? Pues eso. Pero al llegar la noche el colmillo le dolía tanto que ni siquiera pudo dormir un rato. Fanta, su elefanta, lo notó. —¿Qué te pasa? —Nada —contestó él, haciéndose el duro. —¿Nada? Pues no lo parece. Pones cara de dolor de estómago. Y tienes la parte izquierda de la cabeza hinchada. —Me duele el colmillo. —Pues ve a ver a Asdrúbal. 104



Asdrúbal era el mono más sabio de todos. Vivía en una confortable rama y se pasaba el día haciendo el vago. Sus hijos e hijas le llevaban la comida y todo el mundo le pedía consejo. Trompante no tuvo más remedio que hacer caso a su elefanta porque pasó una noche terrible. —Asdrúbal —le llamó, moviendo con la trompa la rama en la que dormitaba el mono—. Necesito que le eches un vistazo a mi colmillo izquierdo porque me duele mucho. —Si no te pasaras el día comiendo… —replicó el mono. Trompante estuvo a punto de ducharlo, pero prefirió ser paciente—. Veamos, abre la boca —le pidió finalmente Asdrúbal.

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El mono metió la cabeza en la boca de Trompante y le examinó la infección. —¡Tienes mal aliento! —gruñó. —«¡Y ú a aeza ena ichos!» —protestó el elefante a duras penas. —¿Qué has dicho? —¡Que tú tienes la cabeza llena de bichos! —repitió Trompante. —Hay que arrancarte el colmillo —le soltó a continuación el mono. —¡¿Arrancarme un colmillo?! —se enfureció Trompante—. ¡Ah, no! ¿Qué haría yo con solo un colmillo? ¡Soy el jefe de la manada! ¡Mis colmillos son mi mayor seña de elefantidad! —Entonces allá tú: sigue sufriendo —replicó Asdrúbal, que volvió a su rama dispuesto a seguir durmiendo.

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Cabizbajo y asustado, Trompante emprendió el regreso hacia su manada. ¿Qué podía hacer? Los cazadores furtivos ya mataban a muchos elefantes para robarles los colmillos, como para encima arrancarse uno él mismo… De pronto se encontró a Pirlo, el mirlo, que a veces se posaba en su lomo y paseaba con él, o se lo limpiaba de bichos. —¿Qué te pasa, Trompante? —Me duele mucho el colmillo y Asdrúbal me ha dicho que tendría que arrancármelo. —¡No, no, no, no! ¡Serías el hazmerreír de la selva! Ya sabes cómo son algunos. Te llamarían desdentado, colmillo roto, unidiente o cosas parecidas. —Pirlo, es que me duele mucho. Y para que yo me queje… —Déjame ver. 110



Trompante volvió a abrir la boca. El pájaro revoloteó un momento y luego se metió dentro. Era pequeño, así que pudo acercarse mucho a la zona inflamada. No tardó en ver el problema: una ramita puntiaguda incrustada en la encía, justo debajo del nacimiento del colmillo. Ya se le había hinchado, así que tuvo que acercarse mucho para quitársela con el pico. —¡Ay! —barritó Trompante. Pirlo salió volando antes de que al elefante le diera por cerrar la boca. En el pico llevaba la ramita, con sangre en la punta. —Tenías esto clavado, eso es todo —le dijo, mostrándosela. —¡Ahí va, ya no me duele! —exclamó Trompante. —¡Entonces vas a conservar tus colmillos, gigantón! —se rio Pirlo, feliz por haberle ayudado.

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El elefante regresó con la manada feliz y aliviado. Desde ese momento vigilaría mucho más lo que comía. Eso sí, al día siguiente se llenó la trompa de agua y fue a ver a Asdrúbal.

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La ducha fue tan impresionante que los gritos del mono retumbaron por toda la selva.


? ¿Q U É ES U N E LE FA N TE grande de todos los Es un mamífero gigante, el más terrestres. pesar hasta 10.000 Un gran elefante macho puede Las hembras son más ! es ch co ho oc mo co o nt ¡ta , os kil o mayores que los pequeñas, pero aun así son much Los elefantes viven rinocerontes y los hipopótamos. ad sus dientes están más de sesenta años. A esa ed en masticar la comida tan desgastados que ya no pued los árboles). Esa es, de s ma ra las de jas ho y s ta (plan muerte. en muchos casos, la causa de su

¿C Ó M O ES S U V I D A ? os. Siempre están comiendo jer via y es lon mi co s de an gr n so Los elefantes las que se alimentan. de as nt pla las do sia ma de ar y viajando para no maltrat Así permiten que se recuperen. re juntas en un rebaño dirigido mp sie jan via ías cr s su y s ra mb Las he por la elefanta de mayor edad. en ciertas épocas acompañan lo so y s te igo am s su n co en ún Los machos se re a las chicas.


¿D Ó N D E H AY E LE FA N TE S? En África, al sur del desierto de l Sahara, viven dos especies dif erentes: los elefantes de sabana, a los qu e les gustan los campos con po co arbolado, y los elefantes de bosque, que pr efieren las selvas más oscuras y espesas. También hay elefantes en varias zonas de Asia, como la India, Sr i Lanka, Indochina, Malasia y las islas de Sumatra y Borneo, pero son de menor tamaño. Los de la isla de Borneo son tan pequeños que, de hecho, reciben el nombre de «elefantes enanos». Los afric anos y los asiáticos se distinguen muy bien porque los asiáticos tienen las or ejas mucho más pequeñas.

¿P O R Q U É C O R R E N P E LI G R O D E EX TI N C IÓ N ? Los elefantes no tienen enemigo s naturales, ya que solo los leone s cazan a alguna cría de vez en cuando. La principal causa que hace qu e cada vez haya menos elefantes es la caza furti va. El ser humano los mata para robarles los colmillos de marfil. También los humanos los arrinconamos cada vez más en reservas y les dejamos poco espacio para viajar y alimentarse. Por último, el camb io climático produce sequías y muchos elefa ntes, como les ocurre a muchas pers onas, no encuentran suficiente comida .



Lula, la tortuga A la tortuguita que salvé en el Parque Nacional de Tortuguero, Costa Rica, esté donde esté.


El día que nació Lula fue muy especial. Y no por el hecho de que naciese, que también, sino porque sobrevivió de milagro. Las tortugas desovan en las playas que más les gustan, y lo hacen lejos de la orilla, cerca de los árboles. Siempre ha sido así. Pero, claro, cuando los huevos se rompen y salen las tortuguitas, han de correr desesperadas rumbo al agua antes de que los pájaros por el aire o los cangrejos en tierra se las coman. Lula y sus hermanas bien que lo sabían, aunque fuera por instinto, ya que nada más sacar la cabeza emprendieron una veloz carrera hacia la salvación.

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Aunque, por desgracia, allí estaban los cangrejos y los pájaros. Antes de completar un tercio del camino, ya solo quedaban la mitad de las tortugas. Era terrible. No sabían si mirar arriba y vigilar a los pájaros, o estar atentas al suelo, donde se escondían los cangrejos. ¡Y el mar parecía tan lejano, tanto! De pronto, cerca de la orilla donde rompían las olas liberadoras, Lula se vio sola. ¡Era la única que había sobrevivido al ataque de los depredadores! Entonces sucedieron tres cosas. La primera, que un pájaro se lanzó en picado sobre ella. La segunda, que un cangrejo le cortó el paso con las pinzas en alto. La tercera, que un ser enorme, gigantesco, la cogió con las manos y la protegió.

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Lula nunca había visto a un humano, claro, y no sabía lo que era un niño. —No temas, amiga, yo te protegeré —le dijo el niño con voz dulce. Y la llevó hasta el agua con las manos, salvándole la vida. Una vez libre, Lula nadó y nadó, internándose en el mar, muy asustada aunque consciente de que estaba a salvo. Un par de veces sacó la cabeza a ras de agua y en la orilla vio al niño despidiéndose de ella con una sonrisa y la mano levantada. En los años siguientes, Lula jamás olvidó ese día. Ni al niño.

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Cuando le llegó a ella el momento de desovar y regresó a la misma playa en la que había nacido, decidió poner los huevos más cerca de la orilla, para que sus crías no tuvieran que hacer un viaje tan largo hasta el agua. Pero tampoco podía ponerlos en mitad de la arena, porque entonces ni llegarían a nacer… Así que buscó el lugar arbolado más cercano al mar. Y eso hizo siempre, tratando además de convencer a sus amigas de que la imitaran. Un día, setenta años después de su nacimiento, Lula nadó hasta la playa, una vez más, para desovar. Llegó hasta el lugar elegido, hizo el hueco en la arena y fue depositando los huevos. Una tras otra, las bolitas blancas se amontonaron en el espacio que sería su casa hasta que las tortugas nacieran. Acabada la puesta, Lula enterró el hueco y se dispuso a regresar al mar.

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Pero Lula no había olvidado el día de su nacimiento, cuando tuvo que correr desesperada para salvar la vida. Ni había olvidado a aquel niño. Y de pronto… ¿Era posible? ¿El mismo niño, tantos años después, estaba allí, esperándola? Lula se detuvo, el niño se arrodilló frente a ella y los dos se miraron curiosos. Una con su arrugada cabeza y sus ojos melancólicos, y el otro fascinado por su enorme presencia. El niño la acarició, y así supo Lula que era bueno. —¿Sabes? —dijo de pronto el chico—. Mi abuelo me ha contado muchas veces la historia del día en el que salvó a una tortuguita de morir.

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A Lula casi se le paró el corazón. —Mira que si fueras tú… —siguió el niño, sonriendo, mientras le pasaba la mano por la cabeza. Sí, aquel niño se parecía mucho, mucho, pero muchísimo, al que setenta años atrás la había llevado hasta el agua entre las manos. Siguieron mirándose unos segundos. Luego el chico se apartó y le dijo a Lula: —Que tengas un buen viaje. La tortuga reemprendió el camino rumbo al agua, despacio. Al llegar a ella y sentirse libre, se sumergió y nadó tan feliz como siempre. Un par de veces sacó la cabeza a ras de agua. El niño seguía allí, sonriendo y agitando la mano en alto.

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A? ¿Q U É ES U N A TO R TU G gracias a sus Las tortugas son animales que ivir desde antes ev br so do ra log n ha s ne cio ta ap ad el planeta (es de que los dinosaurios poblaran ) hasta ahora. decir, millones y millones de años de agua dulce como o nt ta , as tic uá ac s ga rtu to y s rtugas terrestre

Hay to de agua salada. te tiempo en tierra firme, an st ba r sa pa en ed pu lce du ua Las tortugas de ag Las tortugas marinas, o. ell ra pa s da ta ap ad s ta pa n por lo que tiene a s, puesto que pasan toda su vid ta ale o sin s ta pa n ne tie no ya sin embargo, spiración debajo del agua. re la o ch mu ar nt ua ag en ed pu nadando, y

¿C Ó M O ES S U V I D A ? fría que necesitan el calor re ng sa de s ale im an n so , cir de Son reptiles, es raréis tortugas en sitios fríos. nt co en no o es r Po ir. viv ra pa o de su entorn cir, pasarán el invierno de es n, rá na er hib s ga rtu to las En los climas templados sitio. enterradas o refugiadas en algún n años. Son ovíparas, cie a st ha os un alg , mo ísi ch mu s Estos animales viven por el calor del sol. Las tortuga an ub inc s Lo . os ev hu n ne po e lo que significa qu len todas a la vez y corren sa ías cr las y ya pla la en an rr marinas los entie edador pueda atraparlas. pr de un e qu de s te an r ma el a meterse en


¿D Ó N D E H AY TO R TU G A S? Las tortugas habitan prácticam ente en todas las zonas templad as y cálidas del planeta. Las marinas ocupan mares tropicales, donde el agua está a más de 20ºC. Solo encontraremos tortu gas marinas a menos de esta te mperatura si están migrando. Además, los gustos de las tortu gas varían con la edad. Un ejemp lar de tortuga marina joven prefiere aguas pr ofundas, mientras que las tortu gas más viejas buscan las aguas más superficia les.

¿P O R Q U É C O R R E N P E LI G R O D E EX TI N C IÓ N ? El hombre es el mayor peligro para estos animales que han so brevivido durante millones de años en la Tierra. Todavía hoy día se captur an en gran número y se venden en mercad os. Las tortugas marinas quedan atrapadas con frecuencia en las redes de pesca y mueren. Además, se cazan por su carne o su concha. Sus huevos se consideran un manjar en algunos países, lo que ha provocado mucho daño a sus poblaciones.



Rino, el rinoceronte


Rino, como todos los rinocerontes, era miope. Pero no un poco miope, no. Rino era MUY miope. Vamos, que no veía mucho más allá de su cuerpo, y eso en días de sol. En la selva, todos andaban preocupados, y mucho, porque Rino se estaba convirtiendo en un peligro. Como era enorme y pesaba mucho, cuando tropezaba o chocaba con algo, el resultado era terrible. Podía pisar un hormiguero sin darse cuenta o derribar un árbol de un golpecito. Aunque por lo menos se le oía llegar, ya que a su paso el suelo se estremecía y por el aire se oía el BUM-BUM-BUM de sus pisadas.

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—¡Silencio, Rino! —protestaban las mamás pájaro—. Como se despierten nuestras crías, abrirán la boca pidiendo comida, y hoy ya tenemos las alas molidas de tanto ir y venir. —¡Cuidado, Rino! —exclamaban, asustados, todos los animales que vivían en los árboles—. ¡Vas a conseguir que nos caigamos! Los monos, sin embargo, se le ponían delante y le hacían burlas, sacándole la lengua y riéndose de él sin el menor respeto. —¡Rino! ¿Me ves? ¡Eee-ooo, Riiinooo!

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La miopía de Rino también le había puesto en situaciones peligrosas. Un día confundió a Hipo, el hipopótamo, con su novia, Rina. Rino creyó que la hermosa mole que se bañaba en el río era Rina, así que se lanzó de cabeza al agua y no solo le dijo a Hipo: —¿Qué, tomando un bañito alegremente, eh? ¡Qué bien te lo pasas, amor mío! Sino que además le pinchó con el cuerno sin darse cuenta. A Hipo el pinchazo le dolió, sí; y que le confundiera con Rina, también; y más aún que le tomara por una hembra, aunque fuese de otra especie. Pero lo que más molestó a Hipo fue que Rino insinuara que él era un gandul. La consecuencia fue terrible: una pelea que casi arrasó la selva entera, hasta que Hipo y Rino se quedaron agotados.

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Los animales se reunieron inmediatamente. —¡Hay que hacer algo! —dijo el ciervo Nervo. —¡No podemos seguir así! —exclamó la lechuza Muza. —¡Rino nos pone en peligro a todos! —dijo la serpiente Mente. —¿Y qué vamos a hacer? —preguntó compungido el león Pantaleón, que era muy amigo de Rino—. No pretenderéis expulsarle, ¿verdad? Se hizo un silencio de lo más espeso. —¡Es él o nosotros! —gritó el topo Lopo, que siempre temía que todo se le cayera encima. —Tengo una idea —terció entonces la cebra Enebra. —¿De qué se trata? —quiso saber Pantaleón. —Cerca del estanque hay unas tierras de colores. A todos nos gustan, ¿verdad? Cuando llueve los chimpancés se pintan el cuerpo de rojo, verde, azul, amarillo... 142



—¿Qué tiene que ver eso con Rino? —vaciló la urraca Paca. —Muy sencillo: vamos a pintar los árboles a la altura de los ojos de Rino. Y hasta pondremos flechas. Rojo querrá decir que por ahí no puede pasar. Verde, que sí. Amarillo, que tenga precaución porque hay nidos o animales pequeños. Y marcaremos con azul las zonas del suelo donde haya madrigueras. —¡Y a su novia le pondremos una buena mancha naranja en el trasero para que no la confunda conmigo! —remachó Hipo. Todos los animales se pusieron manos a la obra, y fue un éxito. Desde aquel día, la vida de Rino fue mucho más feliz. Si veía una mancha de color naranja, sabía que era su novia. Cuando un árbol tenía una marca roja, se detenía. Si quería beber, las señales verdes le indicaban el camino al río. ¡La de problemas que se ahorró! 144



—Vaya, has adelgazado, estás muy bien —le dijo un día a Hipo. Hipo se sintió muy feliz, porque sí, había adelgazado al menos un par de kilos y estaba seguro de que se le notaba. Lo que no supo es que Rino le había confundido con Tantán, el orangután, que en ese momento bebía agua a unos metros de él. Si un día vais por la selva y veis un montón de señales de colores, cuidado: ahí vive Rino. Puede confundiros con cualquier cosa.

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O N TE ? ¿Q U É ES U N R I N O C E R nte, es el El rinoceronte, después del elefa planeta. mayor mamífero terrestre del hierba y, Es vegetariano porque solo come un olfato a veces, ramaje. Tiene un oído y e su vista. muy buenos, mucho mejores qu a años. Lo caracteriza un nt se se a st ha ir viv e ed pu e qu Es un animal longevo cuerno es del mismo material e Es o. cic ho su e br so ta an lev único cuerno que se des pueden llegar an gr s má os ult ad os ch ma s Lo que nuestro pelo, de queratina. ¡Casi veinte veces más . 60 os un o nd sa pe n ce na s bé a pesar 3.600 kilos y sus be que los bebés humanos!

¿C Ó M O ES S U V I D A ? Su vida es tranquila y solitaria. hembras en pequeños grupos, as otr n co ir viv n ele su es en jóv s Las hembra an solas con su cría. pero cuando son mamás se qued a ni permiten que haya st gu les ni o es r po , les ria ito rr Los machos son muy te donde ellos viven. na zo la en te on er oc rin o otr n ningú cinco especies de rinocerontes las de ble cia so s má el es o nc El rinoceronte bla que existen.


¿D Ó N D E H AY R I N O C E R O N TE S? Hay rinocerontes de cinco espe cies distintas en cinco sitios del mundo, pero en dos únicos continentes: África y Asia. En África viven dos especie s: el rinoceronte negro y el rinoceronte blanco. Es te es el más grande de los dos. En Asia viven las otras tres especies: el rinoc eronte de Java, el rinoceronte de Sumatra y el rinoceronte de la India. Este últ imo es el más grande de los as iáticos, y el que tiene ese cuerpo tan raro que pa rece una armadura de caballero medieval.

¿P O R Q U É C O R R E N P E LI G R O D E EX TI N C IÓ N ? Los rinocerontes están en pelig ro de extinción, sobre todo en As ia, porque hay gente que los mata para co nseguir su cuerno. ¿Y para qué lo quieren? Para hacer medicinas que no so n tales, pues no curan ninguna en fermedad. Debido a este problema, el rinoc eronte de Java es el más amenazado y está a punto de extinguirse en liberta d. La mejor idea para proteger a los rinocerontes es dormirlos y reco rtarles el cuerno de vez en cuando. Así, a los cazadores furtivos ya no les interesan y no los matan.



Índice Pingo, el pingüino ..................................................................................................................... 7 Pimpán, el orangután ................................................................................................ 23 Mura, la cangura ........................................................................................................................... 39 Mugre, el tigre ........................................................................................................................................ 55 Mar, la osa polar .............................................................................................................................. 71 Lena, la ballena ................................................................................................................................... 87 Trompante, el elefante .......................................................................................... 103 Lula, la tortuga .................................................................................................................................... 119 Rino, el rinoceronte .......................................................................................................... 135


creerlo. no podía e? an! Pimpán catarm te llevar o a res que se éis venid a dejar —¿Hab . íbamos cabeza claro, no ndo sobre su perpesu —¡Pues tea era ho, ale is que o el bú a y decía —le dij molestab ble¿no os los pro —Pero ndose r el lan quitá hizo ve sado? se arreg ándolos —le tono sas ion co la selva, luc —Las ción. En , sino so lec dio la r me de en mas de a ti apren a toc . Te os. búho— os de tod . em bió nd pe cam tuvo dos de Pimpán o, pero co el loc aquel día r un po Desde de hace alto no dejó intentó. sde lo nos lo Bueno, ñiga de O al me a, una bo idado. s bajab r cu no cae s a me má dejab , por lo mplo, si cabeza Por eje toda la topo en al . ba ba limpia y le da ón y le rd pe pedía

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ligro.in

esenpe

Animal

dd 34-35

Este libro se terminó de imprimir en octubre de 2016

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