Caperucita de colores

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Dirección del Proyecto Editorial: Trini Marull

1.a edición: 1996 13.a edición: 2018

Dirección Editorial: Isabel Carril Edición: Isabel Carril y Cristina González Preimpresión: Alberto García Diseño de cubierta: Óscar Muinelo y Andrés Guerrero Diseño de logotipo: Alcorta-Gelardin

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Carles Cano y Violeta Monreal Grupo Editorial Bruño, S. L., 1996 Juan Ignacio Luca de Tena, 15 28027 Madrid www.brunolibros.es

ISBN: 978-84-696-0598-1 Dep. legal: M-1120-2016 Printed in Spain

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin el permiso escrito de los titulares del copyright, la reproducción o la transmisión total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento mecánico o electrónico, incluyendo la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.


Caperucita de colores

Cuento: Carles Cano Dibujos: Violeta Monreal


Esto era Caperucita roja y el lobo. Pero... ¿cómo? ¿Al lobo no le habían abierto la barriga unos cazadores y después se la habían llenado de piedras? Sí, pero este era otro lobo.

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Has de saber que en aquella época de los cuentos había muchos lobos, y su menú favorito eran las Caperucitas y los cerditos. Precisamente, aquel lobo comía mucho cerdo. Quizá por eso, o seguramente porque no se lavaba, olía como un puerco. Además era torpe, lento y malhablado.

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Todo esto era una suerte para Caperucita, porque nada más entrar en el bosque, olfateaba el aire y sabía dónde se encontraba el lobo. Si alguna vez estaba constipada y no podía olerlo, lo oía llegar, pues siempre estaba cayéndose y tropezando, y sus palabrotas y gritos se oían a una hora de camino.

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Caperucita escapaba fácilmente, pues era la mejor de su clase en gimnasia y corría que se las pelaba. A veces se burlaba del lobo corriendo a su alrededor, o hacía como que se caía y, cuando el lobo ya la iba a atrapar, escapaba a toda velocidad.

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Pero aquel lobo no era tonto, y pronto se dio cuenta de que si quería zamparse a aquella niña tendría que cambiar algunas cosas: su olor, su torpeza y su educación. Así pues, aunque a regañadientes, empezó a ducharse todos los días y a perfumarse con colonia de pino.

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Se matriculĂł en el mejor gimnasio de la zona para mejorar su habilidad y rapidez. TambiĂŠn se inscribiĂł en un curso de buenos modales por correspondencia.

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Las cosas empezaron a cambiar y Caperucita vivĂ­a sobresaltada.

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Ahora nunca sabía dónde estaba el lobo y ni siquiera lo oía llegar gritando. Además, corría tan veloz que cada vez le resultaba más difícil esquivarlo. En una ocasión hasta le desgarró la capucha con sus uñas. Tarde o temprano, el lobo la alcanzaría. Así que decidió quedarse en casa hasta que se le ocurriera algo. 18


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A través de las ventanas a veces veía a aquel lobo tan repeinado haciendo deporte y escuchando consejos educativos en la radio. Caperucita no quería quedarse encerrada en casa para siempre, así que se puso la cesta por sombrero, que era como mejor pensaba, y se dedicó a estrujarse la cabeza. 20



Pero no se le ocurrió nada. Entonces vio venir a su abuelita, que llevaba un vestido de flores que se confundía perfectamente con las ramas y flores del bosque, pues era primavera. —¡Un vestido de camuflaje! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? —exclamó. 22


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Inmediatamente se puso manos a la aguja, se hizo un vestido con capucha de flores y se fue al bosque. El lobo no pudo encontrarla. Al llegar el verano se hizo un vestido de hojas frescas y se puso la cesta llena de frutas por sombrero.

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En otoño se deslizaba entre los árboles con su vestido de hojas secas y su sombrero de viento. Y en invierno nunca salía al bosque helado, así que no tuvo que hacerse un vestido blanco, que era un color que no le gustaba.

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ÂżY el lobo? El lobo se quedĂł con un palmo de narices y, para evitar disgustos, se hizo vegetariano. Desde entonces tiene un montĂłn de amigos.

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