José F. Ballester-Olmos y Anguís
Vicedecano de la Real Academia de
Cultura Valenciana

Manolo Gualllart, siempre cámara en mano.

Manolo, con averías o sin ellas, siempre estuvo en la brecha; mañana, tarde y noche, tirando de cámaras y ordenadores, al servicio de la cultura valenciana, las tradiciones de su tierra y las devociones de las gentes de su pueblo valenciano, y a disposición de la Iglesia, de la Madre y del Maestro.

Hijo de un varón sabio y espléndido que fue reconocido fotógrafo aficionado, Manolo era universitario, licenciado en filología hispánica; un hombre con un culturón considerable y muchos, muchos, amigos. Os recomiendo que leáis los escritos de aquel hombre generoso y apasionado con su trabajo y con los frutos que esta labor era capaz de traer para los demás.

Guallart fue ese fotógrafo capaz de captar el brillo del aire, el matiz de dorado viejo de la atmósfera de las solemnidades en una catedral, y de cómo la cara y el gesto pueden ser expresión de cada pliegue del alma.

Si a alguno de vosotros no os suena el nombre de Manolo Guallart, nada más os introduzcáis algo más en la cultura festiva valenciana descubriréis el amable rastro de su persona y la estela de sus fotos.

Desde hace más de dos décadas Manolo ha estado en la primera línea del campo abierto de las fiestas del Cap i Casal y nuestros pueblos y siempre se encontraba en el momento y el lugar justo de la liza informativa, produciendo fotografías que más tarde contemplábamos en las informaciones de “Paraula”, AVAN, la prensa generalista y revistas especializadas, así como en exposiciones oficiales o las del propio Manolo, en publicaciones corporativas, e institucionales, en las redes sociales, y en su espacio de internet “Valencia, Fiesta y Tradición” del que era director.

El maestro Guallart ha formado parte del paisaje, la historia y la intrahistoria de las fiestas y tradiciones valencianas, y siempre lo vimos, cámara en ristre, en primera línea. Pero además de que el objetivo de su cámara captaba las formas. los perfiles y la dinámica de las fiestas, este fotógrafo con talla de académico percibía las esencias de los elementos, los mensajes, la historia y las personas que constituyen cada acto festivo tradicional. Y después de media vida de trabajo investigador a pie de calle, iglesia, monumento y documento, Manolo era una enciclopedia viviente que mucha gente leíamos y escuchábamos, y, sin duda, el más erudito fotógrafo de tradiciones y fiestas de Valencia; y mira que los hay buenos. Su herencia cultural es monumental, con cientos de miles de fotos en sus discos duros y habiendo aportado innumerables apoyos -a veces casi heroicos- a la cultura de nuestro pueblo a través de su Canon.

Quienes conocisteis a Manolo Guallart lo sabéis: era puro afán. Sabía de los templos y conventos de Valencia los rincones que no están en los libros, y conocía bien la historia y detalles de nuestras fiestas y festejos. Lo he visto con la cámara pegada al ojo en Lourdes, en Fátima y en Vannes; he estado con él en actos de la Catedral, el Arzobispado, la Universidad Politécnica, Capitanía General, la Real Academia y la Real Sociedad Valenciana de Agricultura; en los Jocs Florals, en las solemnidades del Cristo del Salvador y en oficios y eventos culturales de numerosas parr quias y movimientos católicos.
Manu militari, era el único que conseguía organizar adecuadamente los grupos a fotografiar, diciendo a un ministro, a un general o a un obispo que se cambiara de sitio, poniendo en valor a todos en la imagen a conseguir y resaltando las singularidades, porque Manolo nos conocía a todos y sabía cómo es cada uno, donde tiene la arruga y qué quiere cada cual. En efecto, Manolo no sólo era valorado por su técnica fotográfica y el preciosismo de la edición de las imágenes y conjuntos, sino su forma de captar e interpretar la fisonomía de los personajes y su personalidad. Todo ello tenía que ver con el culturón que atesoraba, y con el espíritu que era inspiración para su trabajo.

Siempre se pudo contar con aquel maestro de la foto, y por eso el Capítulo de Caballeros Jurados de San Vicente Ferrer premió su ingente labor en esa larga ejecutoria de servicio a la Iglesia y a Valencia, condecorándolo con su preciada Medalla de Oro del Capítulo.

Aunque su salud se quebró hace tres años, Manolo era hombre duro, sabía que tenía buenos valedores más allá de los luceros, y ahí, allá y acullá estaba siempre; cámara en mano, pletórico de ilusiones y anhelos, con su alma bullendo en proyectos y planes, y siempre al servicio de sus ideales focolares y de la cultura de nuestro pueblo.

Sí. Manolo pertenecía al movimiento católico de los Focolares, nacido en Italia de la mano de Chiara Lubich. Era focolar hasta las entretelas de su alma, poseía une fe de hierro y quiso seguir dándose a su forma de evangelización a través de la cámara y las redes sociales, en las que tenía miles de seguidores y visitantes.

En ocasiones logré con Manolo lo que parecía metafísicamente imposible: parar por un momento la frenética actividad creadora, investigadora y divulgadora de aquel titán de la fotografía de la cultura popular valenciana. A veces, ambos parábamos una horita en nuestros menesteres y nos poníamos al día mientras libábamos un tinto riojano de ilustre prosapia. Largas conversaciones con el ahora ausente pozo sin fondo de la imagen de la cultura festiva y cualquier otro rasgo de la cultura popular valenciana.

Varias veces Maribel y un servidor recibimos a Manolo en casa y tomamos el aperitivo juntos. Siembre sabrosas conversaciones sobre libros, fiestas, tradiciones y las luces y sombras de los horizontes que se columbraban para la Valencia católica y sus expresiones devocionales.

Unos de los motores de su actividad era la ilusión por llevar a la gente los resultados de su esfuerzo, y mover los corazones con imágenes de las fiestas vicentinas, la Virgen de los Desamparados, el Corpus Christi, la Semana Santa, las Fallas, y cualquier otra expresión cultural, devocional, o festiva valenciana.

El medio “Valencia, Fiesta y Tradición”, creado y dirigido por Guallart, organizó eventos como el de “Celebraciones festivas en el Marítimo de Valencia”, la exposición fotográfica “Mare de Déu, Mare de Tots” en la parroquia Nuestra Señora de la Esperanza, exposiciones sobre el Corpus, las fiestas vicentinas, la Semana Santa, etc., y galas anuales de proclamación y entrega de sus Premios, para reconocer los méritos de personalidades, instituciones y asociaciones que laboran en pro de la defensa, conservación, difusión y vigorización de las tradiciones festivas y devocionales de la Comunidad valenciana. Recordemos también la exposición “Nacido para el Cielo”, conmemorativa del VI Centenario de la muerte de San Vicente Ferrer, en la Casa Natalicia, con una selección de más cien espléndidas fotografías de lugares vicentinos, historia de las fiestas vicentinas, imágenes del concurso de milagros y de momentos importantes. Manolo, que llegó a poseer un interesante fondo bibliográfico y de objetos relacionados con las devociones valencianas, incluyó en la exposición libros, carteles históricos, estampas, sellos, litografías y publicaciones de las asociaciones vicentinas, destacando el cartel de seda del V Centenario del que nuestro llorado amigo hizo donación al Capítulo de Caballeros Jurados de San Vicente Ferrer.

Guallart aglutinó en torno a sí un valiosísimo grupo, que acometió con brio e ilusión los afanes que todos ellos compartían con Manolo. Son gente que creyeron en el proyecto cultural de nuestro hombre y se coordinaron para alcanzar, desde la especialidad de cada uno, los objetivos planteados. Son Vicente Almenar, Antonio Cerveró Montón, Juan Ramón Contelles, Félix Perona García, Javier Furió Gómez, Mari Carmen Feliu, Pedro Molero, Rafael Montesinos, Luis Timón Fernández y Agustín Verdeguer.

La Valencia de la cultura, la Valencia festiva y la Valencia católica deben lo impagable a aquel hombre bueno y culto que sólo miraba a través de la óptica de la generosidad, del desprendimiento y del servicio.

Este discreto profesor comparte el dolor de Maribel, esposa de Manolo, y de sus hijos, Ana y Harry, a quienes conocí casi al tiempo que a Manolo. Harry, con sus sueños infantiles de escritora que pidió venir a casa “para hablar con un escritor”, y Ana, cuya trayectoria universitaria seguí de cerca.

Acabo esta remembranza de mi amigo Manolo con un párrafo suyo, escrito en Facebook hace unos años en contestación a un comentario de un servidor sobre supersona. Lo dice todo: “Agradecido por tus palabras, no hago sino estar al servicio de las fiestas y tradiciones de mi tierra, con el interés en profundizar el aspecto espiritual de todo ello. Gracias de nuevo”.
Gracias a ti, Manolo, por tu ejemplo y tu amistad.